noviembre 25, 2006

La plaza de las siete y veinte (2001)

Esta es la Plaza San Pedro, para toda persona que la conozca o viva a sus alrededores, para mi es la plaza de las siete y veinte de la mañana.
Antes pasaba sin darme cuenta, haciéndola formar parte de un simple recorrido rutinario, hoy casi sin pensarlo la hice mi plaza, no la de las diez o las doce, la de las siete y veinte.
Es todo tan perfecto, tan extraño.
Comienzo a atravezarla, siempre tomo el mismo caminito de piedritas rojas, aquel que deja su huella en las zapatillas de los transeúntes. Luego de diez o quince pasos cruzo las mismas dos señoras todas las mañanas. Amas de casa que aprovechan su soledad matutina para caminar algunas vueltas verdes. Al cruzarnos se oye una charla desenfrenada, las dos hablan a la vez, se desahogan, no se escuchan, pero las dos se cuentan lo que quieren y se van calmando de a poco.
Cuando sus voces ya casi no se sienten y el camino de piedritas rojas se convierte en uno de pavimento mal delimitado, con pasto y tierra en su contorno, allí encuentro a un jubilado que arregla las plantas del parque.
Siempre prolijo, bien peinado, como si no hubiera dormido o como si se hubiera desvelado por sus plantas.
Siempre lo mira con cariño, con el mismo cariño con que él poda los malvones, le saca las hojas secas y los riega con una vieja regadera.
Justo ahí encuentro a mi árbol preferido, un jacarandá. Frondoso, de raíces firme, aquel árbol siempre atrae mi atención, esta tan lleno de vida y a la vez de tanta historia. Con un grafitti grabado con una llave que dice: ¡¡Sabri te amo!!, Diego. La historia de un amor quedó en el por siempre.
Cuando el gran árbol queda atrás, cuando ya ni su sombra veo y el camino desaparece para dejar que mis pies tomen contacto con el pasto, llego a la otra punta de la plaza.
Concluyo mi recorrido perfecto, ya son las siete y veintitrés, ya atravesé la plaza.
Siempre me pregunto porque no saludar a las dos amas de casa, o al anciano jardinero, si ya todos nos conocemos, si nos vemos todas las mañanas, si solo nosotros cuatro conocemos a la plaza San Pedro a las siete y veinte de la mañana.

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