enero 22, 2010

Indómito

“Como las hierbas indómitas que crecen en las autopistas mejor construidas”, como el agua que intenta contenerse en las manos, como el paso del tiempo, como el amanecer y el ocaso, como la vida y la muerte, inevitable.
Como el perfume de los jazmines, como el sueño mal dormido, como el ruido del mar, como las hojas flotando en el aire de una tarde ventosa de otoño, penetrante, invasivo, ineludible.
Los ríos siempre dan al mar, la continuidad de las estaciones se sucede cada cuatro meses. Los cuerpos crecen y envejecen; las manos construyen, golpean y acarician. Como todas aquellas cosas que pueden pensarse pero nunca encuentran de razón. Como todas aquellas cosas que encuentran de razón pero una fuerza superior las empuja hacia la orilla opuesta.
Es aquello que de miles de explicaciones no tiene ninguna. Que ocurre o no, porque sí o porque no, porque no sé, porque pasa… como las transparentes cualidades que conservamos del origen y que con el paso de los años se nos van desdibujando ante la ficción mundana.
Y así, sin “pero” ni “porqué”, sin causas y con infinitas consecuencias, surge.
Se aloja en un lugar cálido y va creciendo hasta en situaciones críticas. Crece hasta cuando se evita, florece en los espacios mas recónditos, se escapa… busca soltarse de la mano, no ser controlado por las cuestiones de la conciencia. Sólo por eso se transforma en inconsciente. Pero sólo por oposición porque no puede ser descripto ni explicado, no puede ser ordenado ni encuadrado, no tiene lógicas.
Curiosamente es quien provoca la mayor felicidad y la mayor tristeza. Es quien de alguna forma da sentido a los días, da luz a las sombras más oscuras, da fuerza en la derrota, otorga paz en medio de la guerra, construye.
Es así, poderoso, eterno, indestructible, puro, pleno, indómito y “se hizo carne en mi”.

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