marzo 30, 2007

Amaneceres, atardeceres (18/09/2006)

Atardece en los días que buscan amaneceres, el sol ya casi se extingue cediendo espacio al lucero. Primera estrella nocturna, que brilla en el ocaso llamando a la luna a ocupar su trono.
Mezcla de naranjas, rojos, violetas, la lucha del sol con la noche por mantener el día. La claridad no es eterna y el límite de su finitud lo establece la huida. El sol pierde la batalla para ganar otra mañana, la naturaleza los separa armoniosamente pero les permite fusionarse casi plenamente en instantes cobrizos, amaneceres, atardeceres.
La contradicción trae la existencia y para poder ser se oponen, pero comparten mágicamente el límite del horizonte.
En la mezcla del universo cósmico donde no hay día y noche, ni estructuras estructurantes que actúen como estructuras estructuradas, nacen las noches que aclaran los días.
El día visualmente obvio y brillante, oscurecido esta vivo, y vivo plenamente vivo ya no da cuenta de que tan mágico era ser considerado puro. “la asociación de la luz con Dios y con el espíritu, la asociación de oscuro o negritud con el infierno, el diablo, el pecado y la condenación”, la asociación de “realidad” con el verosímil que se vive, la perdida de momento por negarse a vivirlos.
Cuando todo era impredecible, incalculable y escapaba de la gama de la factibilidad, de las potencialidades sale una estrella para anunciar la noche. Oscuridad una, una de tantas pero aquella, que por sus grados de negros, violetas y azules, replantea la claridad de lo que quizás no era tan claro. La noche buscaba iluminarse y en el proceso pasó un manto de calma por el día, calma de infierno, de diablo, de pecado. Separar al día de Dios, como proceso inentendible pasa a ser funcional a la razón que despoja de verdad a lo real y lucha por su verosímil.
Buscar dejar de ser día apelando a la noche oscura, no hizo más que develar la combinación del universo. Clave exacta negada por la luz del sol que hoy otorga la razón a la luna. De tanto no querer ver se envuelve de la visión absoluta y un viernes como tantos otros pero ese, descubre en mezcla de euforia y locura desmedida que eran dos quienes se enamoraban.
Mas allá de las noches, mas allá de los días. Compartían mágicamente el límite del horizonte, los instantes cobrizos, amaneceres, atardeceres.