abril 21, 2009

Siempre hay...

Hay personas que conocemos en el colectivo e involuntariamente nos donan una de sus más simpáticas sonrisas, personas que pueden cambiar los días, que saben escucharnos y aconsejarnos. Hay personas que nos sorprenden, que nos dejan pensando, que nos abrazan con su incondicional cariño. Personas que nos despiertan, nos ubican, nos besan dulcemente. Personas que componen y descomponen nuestro mundo. Hay personas anónimas que algún día lo compondrán.

Hay lugares que provocan sensación de paraíso, que nos traen recuerdos lejanos, que pareciéramos conocer desde siempre aunque sea la primera vez que los veamos. Lugares que parecen inalcanzables aunque no lo sean, que parecen nuestros aunque no lo son, que dan sensación de hogar, de familia. Hay lugares en los que todo parece mágico y deseable, lugares donde están puestos nuestros anhelos y nuestras mayores expectativas. Hay lugares en los que al llegar pareciera acariciarse la gloria, lugares que son exactos para descansar.

Hay aromas que nos remontan a nuestra más remota infancia, que nos hacen cerrar los ojos para percibirlos con mayor intensidad, que nos traen al pensamiento rostros, lugares, circunstancias. Aromas que relacionamos con determinadas comidas, con personas, con colores. Hay aromas que permanecen por tiempo y tiempo pegados en nuestras narices luego de que hayan recorrido nuestro cuerpo.

Hay libros que se leen de un saque, que encienden el mecanismo de la imaginación, que por alguna extraña razón nos encantan con una magia particular. Hay libros largos y eternos. Libros regalados, comprados, encontrados, sobre todo hay libros prestados que nunca se devuelven. Hay libros de largos cabellos cobrizos, libros con dedicatorias, señaladores, anotaciones. Hay libros que perpetúan la estampa de la lectura, que toman olor a humedad, que envejecen dignos.

Hay sentimientos de gloria, de bronca, de dolor. Sentimientos tenues e imperceptibles, sentimientos que nos carcomen los huesos. Sentimientos de furia, de venganza, de rencor. Hay de amor, de cariño, de agradecimiento. Hay sentimientos que no caben en el corazón y otros que un corazón les sobra. Sentimientos bondadosos y leales, sentimientos bajos y desagradables. Hay sentimientos compasivos y otros violentos. Sentimientos de entrega.

Hay momentos de paz, de pelea. Momentos de debilidad y de tristeza. Hay momentos solemnes y ridículos, momentos inolvidables y otros que deseamos olvidar desde el instante en que los vivimos. Hay momentos de placer y de sufrimiento, de hastío, de bronca, de felicidad. Hay momentos que nos reviven, que nos dan el aire que tantas veces falta. Hay momentos de agonía, de armonía, de introspección, de lucha. Hay momentos de estar.

Hay besos que son ingenuos, dulces, tiernos, delicados. Besos que en el simple roce de los labios pueden trasmitir el esplendor de un sentimiento. Hay besos vergonzosos y tímidos, abiertos, cerrados. Hay besos pasionales, desaforados, besos de entrega, de duda. Hay besos que no se olvidan, besos que preferimos olvidar. Hay besos infantiles y besos de adulto, besos de comprensión y de calentura. Hay besos transformadores que son un camino sin retorno.

Hay tanto y tan variado, tantos colores, sabores, olores. Hay tantas personas, tantas aguas, tantos besos, tantos mares. Hay tantas caricias, tantas experiencias. Hay tantos modos de caminar y tantos caminos. Tantos abrazos reconfortantes y tantas bebidas embriagantes. Hay tanto tan bueno y tanto tan malo, que simplemente pareciera que debiésemos dejarnos alcanzar, experimentar. Pareciera que debiéramos dejarnos sentir y disfrutar, llorar y recomenzar. Hay tanto que la quietud resulta injusta y parece necesario salir a buscar. Hay tanto y tan variado que quizás debiéramos dejarnos encontrar. Hay tanto que el único modo de hallar nuestro tan deseado espacio en el mundo es jugarse a probar. Por suerte, siempre hay…