septiembre 17, 2008

3 de junio

Los sentimientos son algo tan indescriptible, que solo puede caerse en la metáfora para intentar explicarlos, y hasta con la metáfora más elaborada, siempre quedan mucho más que detalles por explicar.
En la soledad de un cuarto, pretendo explicar lo de aquella charla de café. Tengo tristeza, una dolencia invasiva que me cubre por completo.
El pintor no halla los colores justos para expresarse, el músico no encuentra sus acordes perfectos, el escritor deja tambalear su mano sobre líneas aun no escritas, y la tristeza es tan intima y tan subjetiva que nada puede decirla, quizás por eso cuesta dejar de sentirla.
Aquí omito la letra que viene, aquí derramo mis lágrimas, no encuentro la metáfora exacta.
Después de días de parecer indiferente, hoy me tambalea el cuerpo simulando una gripe que no va a venir, buscando fiebre de frente fría. Sin apetito, sin sueño, con preguntas que no me hago porque se que nadie me va a poder responder.
Sin poder contener, sin poder contenerme, respirando profundo, hasta el punto en que los pulmones vibran y los ojos se achinan angustiosos. Sin tipear en la computadora, hoy con lápiz y papel. Sin palabras justas, con una dolencia adormecedora.
Hoy otra vez, las cosas no son como desearía. Que estés en el lugar justo, mejor que nosotros. Que los ángeles te lleven al sol y que de ahora en más todo sea paz.
El escritor no halla su metáfora, pero los sentimientos encuentran a las personas.
Somos hombres y sentimos, somos en parte pasión. Somos artífices y participes de esto que nos hace grandes y pequeños, pero que no podemos explicar ni manejar.
Que estés bien, nosotros te vamos a extrañar.